Tipo de Publicación: Ensayo
Recibido: 30/09/2020
Aceptado: 02/12/2020
Autor: Guillermo
Enrique García Storey
Lic. en
Educación, mención: Dificultades de aprendizaje
MSc en Lingüística
UCLA
Barquisimeto-
Venezuela
https://orcid.org/0000-0002-8359-2165
E-mail: ggarcia@aulavirtual.web.ve
LA
IDENTIDAD CULTURAL COMO ELEMENTO COHESIONADOR SOCIAL
Resumen
El
presente ensayo trató acerca de la identidad cultural como elemento
cohesionador social con el propósito de ampliar su conocimiento. El ensayo
estuvo dirigido a la comunidad científica en particular, y al público en
general interesado en conocer sobre esta específica temática. En el uso de la
identidad cultural como elemento cohesionador social resultó especialmente útil
conocer el origen y el contenido de las palabras, así como las definiciones,
que se han logrado establecer a través de consensos internacionales. Palabras y
contenidos generaron así un lenguaje que ayuda a comprender en clave común las
diferentes experiencias que por su propia naturaleza son exclusivas de un
territorio, una identidad, una cultura. Se concluye que mientras seamos capaces
de valorar en el otro una pertenencia común, una vinculación, un sentido
compartido, comprenderemos el desarrollo de valores como el de la aceptación,
solidaridad y respeto, vitales en la coexistencia social de una región, país y
el mundo, en general.
Palabras
Clave: Cultura, identidad, identidad cultural,
cohesión social.
CULTURAL IDENTITY AS A SOCIAL
COHESIONING ELEMENT
Abstract
This essay dealt about cultural identity as a social
cohesion element in order to broaden its knowledge. The essay was aimed at the
scientific community in particular, and the general public interested in
learning about in this specific topic. In the usage of cultural identity as a
social cohesion element, it was especially useful to know the origin and
content of words, as well as the definitions, which have been established
through international consensus. Words and content thus generated a language
that helps to understand in common key the different experiences that by their
own nature are exclusive to a territory, an identity, a culture. It is
concluded that as long as we are able to value in the other a common belonging,
a bond, a shared sense, we will understand the development of values such as
acceptance, solidarity and respect, usually vital in the social coexistence of
a region, country and the world.
Keywords:
Culture, identity, cultural identity, social cohesion.
¿De
qué manera la identidad cultural de una región puede considerarse como elemento
cohesionador social? Vamos a identificar, seleccionar y analizar cuidadosamente
experiencias relevantes que permitan encontrar cuáles son los elementos emergentes
del desarrollo de un territorio con identidad propia.
Iniciaremos
este ensayo con los orígenes del concepto de identidad cultural, mostrar
posibles efectos en el territorio larense, para luego proponer un recorrido en
la evolución de los conceptos de patrimonio y cómo este ha ido pasando de una
mirada reductiva de objetos de arte y macizos monumentos a un espacio amplio de
pertenencia intangible.
Que
un producto, un bien patrimonial o un servicio sean reconocidos como
particulares, a veces como únicos en el mundo y en su más alto nivel como
patrimonio nacional o de la humanidad no es fácil, requiere un amplio recorrido
de pasos y procesos investigativos.
A
menudo, las identidades sociales remiten a una problemática de las raíces o de
los orígenes, que viene relacionada invariablemente a la idea de una memoria o
de una tradición. En efecto, la memoria es el gran alimento de la identidad,
hasta el punto de que la pérdida de memoria, es decir, el olvido, significa
claramente pérdida de identidad. Por eso, las representaciones de la identidad
son indisociables del sentimiento de continuidad temporal. La memoria social
permite reforzar el sentimiento de comunidad, dado que ella es el conjunto de
las representaciones producidas por cada uno de los miembros de un grupo.
Con
relación a la cultura y la identidad, se logra establecer que ambas nociones no
son elementos estáticos de una sociedad, sino procesos dinámicos de
construcción, transformación y evolución, por lo que se puede definir a la
identidad cultural como la incorporación psicodinámica, cognoscitiva y afectiva
de una trayectoria histórico-cultural y ecológica que permite la objetivación y
reproducción de la memoria cultural (constituida por las tradiciones y las creaciones humanas
colectivas) en la práctica social.
En
consecuencia, la identidad cultural implica un reconocimiento del individuo con
respecto a sí mismo y de sus creaciones, lo que le permite relacionarse e
identificarse con el grupo social en donde se desarrolle, a pesar de sus diferencias
y particularidades.
Quiero
definir cultura, identidad, identidad cultural, patrimonio y con ellas queda
imbuido e implícito el concepto de cohesión social. Sin embargo, más allá de
definir, quisiera brindar el sentido de estas expresiones, entradas o vocablos.
La
palabra cultura tiene raíz latina de forma homónima, con varias acepciones de
acuerdo a la RAE (2011), la primera como cultivo, crianza. La segunda, conjunto
de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. La
tercera, conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de
desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
(p. 714). Puede apreciarse que es un término polisemántico,
con varios significados. Su amplitud o radio de acción, lejos de limitarnos nos
ayuda a profundizar en su esencia.
Ferrater
(2014) nos plantea que deben evitarse las vastas y vagas generalidades comunes
en muchas de las filosofías de la cultura. Puede, así, comprenderse el sentido
de la expresión “cultura de una sociedad”, a diferencia de la dudosa expresión
“cultura de una cultura” (p. 762-766). Sobre todo, debe comprenderse porque la
cultura no puede tener la pretensión de absorber los subsistemas de la economía
y de la política, sin embargo, la interacción constante de estos sistemas con
el subsistema cultural, finalmente permite comprender por qué, o hasta qué
punto, es posible hablar de cultura en sociedades no humanas, en cuanto a que
se ha probado que muchas de estas sociedades, por ser justamente sociedades,
despliegan actividades que pueden llamarse culturales.
Al
imbricar la cultura, conjuntamente con la religión y otras caracterizaciones
sociodemográficas, se presenta uno de los más importantes elementos que inciden
en la aceptación de determinados productos dentro de la alimentación, por
ejemplo, así como su apreciación en términos de gustos y sabores. En ese
sentido, la cultura influye y moldea la historia de un pueblo, la define y, a
través de ella misma, se expresa y se convierte en algo tangible, sensorial y,
como la comida, placentero. Es esta última connotación la que permite a los
platos típicos y a los alimentos locales convertirse en verdaderos productos
identitarios.
Una
definición de cultura, bastante amplia y aceptada nos la presenta la UNESCO
(2005) como:
el
conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que
caracterizan una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y
las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los
sistemas de valores, creencias y tradiciones (p. 3).
Para
Taylor citado en Zárate (2015) “la identidad depende directamente de una
comunidad lingüística que la define y otorga puntos de referencia que se
eligen, y en los cuales se encuentra el sentido del ser” (p.118). Es decir, con
la identidad se presenta una gama de significados y sentidos que nos
posibilitan el ser y la narración de lo que somos. Así, se construye una
identidad como narración social que está en función de la comunidad donde el
sujeto nace, vive, es y se orienta al bien, y es que para entender el sentido
de nuestras vidas y para tener una identidad requerimos, desde una perspectiva
ética, una orientación al bien. Entendemos, entonces, apoyados en Taylor (ob.
cit.) que “el ser humano tiene como mínimo una idea del bien, y en consecuencia, nuestra identidad se construye en función
de esa idea del bien, dentro de un marco cultural y de interrelaciones sociales”
(p.121).
El
multiculturalismo y el mestizaje cultural no son temas novedosos, aunque en los
últimos años han tenido amplia difusión mediática. Ambos, mestizaje y
multiculturalismo emergen como horizonte de esperanza. Ni el multiculturalismo
ni el mestizaje cultural son cosa de hoy, a pesar de haber ocupado una especial
centralidad mediática en los últimos años. A pesar de que a los antropólogos
les fascine el estudio de las culturas y grupos sociales remotos y aislados, en
las que han permanecido costumbres y ritos milenarios, coinciden en afirmar que
el sueño de las culturas postindustriales se manifiesta por la enorme
diversidad cultural que conforma su cohesión social, en contraposición a la monocultura que es lo común en las sociedades endógamas y
autárquicas.
Entendemos,
entonces, la identidad como un conjunto de valores, que construyen significados
simbólicos en la vida de las personas, reforzando sus sentimientos como
individuos y su sentido de pertenencia. Según Goffman (2006) “nos encontramos
con tres tipos de identidades, la personal, la social y la cultural” (p.67).
Esta última ocupa nuestra atención, constituida por un conjunto de actividades,
valores, creencias, símbolos, comportamientos y creencias que cohesionan a un
grupo social.
De
acuerdo con Parfit (1984):
Una
persona se puede definir por su comunidad de origen o su grupo cultural, igualmente
identificar por sus rasgos físicos, lingüísticos y por otras señales de
identidad cultural, como la comida, por ejemplo; además, por su rol profesional
y su estatus social (p.88).
La
identidad es un proceso fundamental para la construcción del sujeto y la
sociedad; la pérdida de identidad, puede desencadenar profundos problemas a la
sociedad y al individuo. Todo ser humano, siente la necesidad de conocer su
propia identidad, saber quién es, tener una imagen general de sí mismo que dé
sentido a sus actos y a su vida en general. El individuo toma la identidad del
grupo humano al que pertenece, bien sea etnia, pueblo, región, nación, con el
que comparte una misma cultura. Así, una comunidad puede definirse como tal, al
observar, descubrir y acentuar las diferencias con otras comunidades y
culturas.
Hemos
entendido hasta ahora, que una cultura es un conjunto de rasgos compartidos y
transmitidos por un determinado grupo humano, que es útil para organizar su
manera y estilo de vida, asegurarle identidad, y diferenciarlo de otros. Por
otro lado, la interculturalidad se refiere a las actitudes y relaciones de las
personas o grupos humanos de una cultura en relación con otro grupo cultural.
La
pluriculturalidad no implica a la interculturalidad, sin embargo, la ayuda y
suele ser una consecuencia de una relación intercultural positiva, en la que se
acepta al otro como distinto, aunque puede presentarse desde una relación de
simple tolerancia, hasta un intercambio de enriquecimiento de ambas partes; al
contrario, puede darse una relación intercultural negativa, si se reconoce al
otro como distinto aunque no se le acepte.
Es
un ideal intercultural, potenciar en su mayor expresión las capacidades
individuales y sus instituciones para que las personas y grupos se relacionen
entre sí de manera creativa y positiva. Es palpable que pocas personas plantean
un acercamiento de tú a tú a los otros de abajo para comprender su cultura,
compartir y aprender.
Concibe
Molano (2007), a la identidad como “el sentido de pertenencia a una
colectividad, sector social o grupo específico de referencia que puede estar
localizada geográficamente, pero no de manera necesaria, como los refugiados,
desplazados (p.69). Por ejemplo, existen manifestaciones culturales que
expresan con vehemencia su sentido de identidad, hecho que la diferencia de
otras actividades que son parte común de la vida cotidiana; es el caso de
expresiones como fiestas folclóricas, danzas, procesiones, a las cuales la
UNESCO denomina como “patrimonio cultural inmaterial”.
Entendemos
entonces, que el patrimonio cultural de una región o país lo constituyen los
elementos y las manifestaciones concretas e inmateriales realizadas por la
sociedad en cuestión, como producto del devenir histórico en el que dichas
realizaciones se convierten en factores de identidad cultural, que distinguen a
ese país o región; y es la sociedad activa quien configura su patrimonio, al
valorar y apropiarse de esas manifestaciones. Claro está, que ni el patrimonio
cultural, ni la identidad son realizaciones inmóviles, mucho menos
petrificadas, ya que se reorganizan en función de las necesidades sociales, y
más en los tiempos actuales, tan cambiantes; pero, conocerlas desde sus
orígenes nos ayuda a entenderlas en su proyección histórica.
Así,
existe consenso en los principios, pero el problema radica en determinar cuál
es el límite concreto que identifique la amenaza a la cohesión social. Castell
(2001) opina que entre la segunda y tercera décadas del siglo pasado el consumo
de bebidas alcohólicas amenazaba gravemente la cohesión de la sociedad
norteamericana, pero unos años más tarde esa amenaza se derrumbó, demostrando
que los límites de lo socialmente permisible pueden cambiar en breve tiempo.
Los nazis tenían presente que los judíos eran una amenaza a la cohesión social
bajo el Tercer Reich; al igual que el estalinismo soviético que creía de manera
similar sobre los predicadores religiosos, o el islamismo al sentir a su
sistema social amenazado por la concesión a las mujeres del derecho de igualdad
con los hombres (p.36). En los regímenes autoritarios con ascendencia
militarista, históricamente ha quedado demostrado que perciben la cohesión
social amenazada por la aceptación de los partidos políticos.
Es
conveniente destacar que la cohesión social no es una magnitud para medirla de
forma empírica con la precisión de una balanza o cinta métrica; si así fuera
que sencillo sería el problema. Cuenta Castell (ob. cit.) que
en Estados Unidos, en el siglo pasado a principios de los años setenta, la
opinión pública todavía aceptaba que su sociedad constituía un ejemplo de melting pot (crisol de culturas)
el cual representa la manera en que las sociedades heterogéneas paso a paso se
constituyen en sociedades homogéneas, en las que las mezclas (en el crisol) se
combinan para conformar una sociedad multiétnica (p.119). Prosigue comentando
Castell (ob.cit) que, sin embargo, a finales de la
década siguiente comprobó que algunos sociólogos bastante acuciosos preferían
definir a su sociedad como fruit salad dejando a un
lado el melting pot (p.120).
En
tal sentido, el tema de la cohesión social está estrechamente relacionado al
asunto de la identidad, sobre ello ha tratado ampliamente, Lévi-Strauss (1983)
quien afirma que la confianza puesta en la identidad puede ser el reflejo de un
estado de civilización que lleva varios siglos (p.27). Creo que a la fecha nos
mantenemos en ese estado, pero es conveniente tomar en consideración que un
sujeto puede tener varias identidades en simultáneo como la identidad
religiosa, local, profesional, sexual. Un sacerdote tiene sustancialmente
identidad religiosa, un abogado probablemente la tiene a nivel profesional,
para algún gay su identidad prioritaria es su condición homosexual, todas ellas
sin ser exclusivas en un mismo sujeto como identidades ya que se encuentran
superpuestas, compartidas o combinadas todas, pero en proporciones diferentes;
las identidades pueden estrechar lazos o acrecentar diferencias.
Identidad
es sentirse cómodo, en confianza, como en casa, con otras personas con quienes
se comparte la identidad. Pudiera afirmar, que para la
mayoría de las personas, más que una suerte de cédula, la identidad es un
sentimiento con mucha significación, más aún, en estos tiempos, en un mundo
globalizado, caracterizado por la velocidad de los acontecimientos, la
incertidumbre, la complejidad y la interconexión sistemática. Tener y sentir
pertenencia a ese valor identitario ofrece resguardo, arraigo propio, un
lenguaje compartido, una cotidianidad comprendida desde cada individualidad,
que nos permite entender el mundo global sin perder lo local.
Es
notorio que las identidades tienen diferente origen, nacionales, religiosas,
étnicas, locales, culturales, políticas, familiares, sexuales y una larga
lista; además, es evidente que la identidad no sólo se modela de la sociedad,
sino que también se construye individualmente. Pero se edifica con las
herramientas de la experiencia, de la actividad compartida, de la naturaleza,
de la historia, de la geografía, de todo un entramado contextual. Desde una
perspectiva material, mientras más arraigada está una identidad, más fuerza
tiene en la decisión individual de apropiarse de esa identidad. Por ejemplo, el
caso de las identidades nacionales, locales o religiosas que cobran cada vez
más presencia en nuestra época. Con sólo dar una mirada a lo que ocurre en
nuestro mundo, es suficiente para corroborar que millones de personas viven en
conflicto, desde identidades colectivas, políticas y/o religiosas construidas a
través de la historia.
La
esencia de la identidad es, inequívocamente, la fuerza de integración
verdadera, real, de las identidades absorbidas por la nueva identidad. En el
caso venezolano, la conformación de su identidad nacional actual ha sido el
resultado de una dinámica histórica bastante particular, como es el caso de
buena parte de las naciones integrantes del continente americano. Venezuela
desde la perspectiva histórica es un crisol de culturas, y lo seguirá siendo;
su sociedad es heterogénea, multidiversa, y ello ha
dependido de la capacidad (o incapacidad) del Estado para flexibilizar la asimilación de culturas foráneas, y
en mayor medida, depende de la cultura, costumbres e idiosincrasia de su gente,
de su naturaleza socialmente abierta, llana e inclusiva.
En
las regiones y estados venezolanos, el hecho cultural desde lo identitario,
está signado, más que marcado o dominado, por una serie de sentidos, símbolos,
actividades y formas de relacionarse, a través del uso del lenguaje particular
y definitorio de tales regiones, además de sus costumbres, no menos relevantes.
En este sentido, aquí la clave es la condición de convivencia de cada una de
las regiones en la nación venezolana, aspecto que lejos de restar o dividir
funciona de manera sinérgica, sin mayor separación que la peculiar identidad
que las caracteriza y distingue.
Pero
la identidad cultural no nace y se queda petrificada, ella se va conformando
evolutivamente, con el paso del tiempo, y con la actividad de su gente,
modificación de costumbres, reacomodo de sus quehaceres, con las condiciones
materiales de existencia de la nación en general y de las regiones en
particular. Y es que la pertenencia no es exclusivamente subjetiva, como lo
dice Castell (2001) se relaciona con la comunidad de gestión dentro de la
nación (o sea, las competencias públicas) y por tanto con los recursos
necesarios para asumir esas competencias (o sea los impuestos). La identidad
cultural no se reduce a una canción, danza o baile folclórico (p.85).
De
modo que, el reconocimiento a las regiones ciertamente existentes debe comenzar
por ser mutuo para hacer realidad la coexistencia dentro de una nación.
Hablando de lo nuestro, se presentan regiones con claridad inequívoca de
identidad, que sin jerarquizarlas son compatibles entre sí, enriqueciéndose en
sus variaciones.
Es
necesario realizar un breve recorrido por el origen y contenido conceptual de
las palabras como cultura, identidad, patrimonio, identidad cultural, cohesión
social y emplear los conceptos y contenidos de las definiciones de autoridades
en la materia, además de la normativa internacional que existen al respecto,
resultado de años de discusiones interdisciplinarias y de consensos
conceptuales. Las palabras, normas y contenidos generan un lenguaje que ayuda a
“leer” en claves comunes las diversas experiencias que por su propia naturaleza
(un territorio, una identidad, una cultura, ciertos productos del lugar) son
únicas e incomparables.
Conceptos
como cultura encierran muchos aspectos del desarrollo humano, que se
manifiestan en lo inmaterial (como el conocimiento, las tradiciones, forma de
ver la vida, valores, etc.) y lo material (diseños, arte, monumentos, etc.) de
una colectividad. Algunas manifestaciones culturales plasmadas en bienes,
productos y servicios pueden generar un sentimiento de pertenencia a un grupo,
a un territorio, a una comunidad (un sentimiento de identidad) y, además,
fomentar una visión de desarrollo del territorio que implica la mejora de
calidad de vida de su población. Pareciera difícil pensar en desarrollo
territorial con identidad sin incorporar centralmente los activos culturales de
la población de un territorio.
Tanto
en la teoría como en la práctica, se puede apreciar que el desarrollo de un
territorio supone una visión que pasa por una acción colectiva, que involucra a
los gobiernos locales, regionales, el sector privado y la población en general.
Y esta acción colectiva implica numerosas actividades que pueden basarse en lo
cultural, como la identidad y el patrimonio.
La
identidad supone un reconocimiento y apropiación de la memoria histórica, del
pasado. Un pasado que puede ser reconstruido o reinventado, pero que es
conocido y apropiado por todos. El valorar, restaurar, proteger el patrimonio
cultural es un indicador claro de la recuperación, reinvención y apropiación de
una identidad cultural.
Hablar
o pensar sobre el ser humano es hablar y pensar en la cultura e identidad
cultural como fenómeno sociológico, y más allá, antropológico esencial en su
desempeño social, emocional, psíquico, axiológico y como hilo de ajuste y
cohesión social. Tocar el tema de la cultura e identidad cultural es estar
conscientes de la dignidad del sujeto y la ineludible necesidad de emplear los
medios para generar sus potencialidades y trascender. La investigación sobre la
identidad cultural y su consecuente cohesión social no es un lujo, no es una
anécdota o algo superficial de lo que se puede prescindir, tiene alcances
axiológicos y antropológicos profundos que vitalizan la convivencia social, la
calidad de vida y la felicidad.
Mientras seamos
capaces de valorar en el otro una pertenencia común, una vinculación, un
sentido compartido, comprenderemos el desarrollo de valores como el de la
aceptación, solidaridad y respeto, vitales en la coexistencia social de una
región, país y el mundo, en general. El
conocimiento de la identidad cultural y su relación con el fenómeno de la
cohesión social, está inmerso en el ámbito de la necesidad humana, de una
búsqueda filosófica urgente, cuya respuesta o al menos la intención por
responderla, nos ubica en la perspectiva de reconocer, aceptar y relacionarnos
con los otros como iguales.
Es conveniente
resaltar que una misma identidad no abarca todos los elementos culturales de un
pueblo con las diferentes influencias en su formación. Dentro de un mismo país
existen regiones que por su localización geográfica, clima y recursos naturales
disponibles para su supervivencia no poseen los mismos hábitos de otras
regiones de ese país. La necesidad de valorar la identidad cultural de un país,
región o localidad, se debe comprender en simultáneo, dentro de un
fenómeno que ocurre en el mundo entero,
la globalización, el internet, las redes sociales (RRSS), para no creer en el
supuesto arrase de las culturas e identidades locales, a favor de la
estandarización de la cultura y de la información. Al contrario, el mundo
interconectado ha empujado obligado a las naciones y grupos humanos a
replegarse sobre sus raíces e identidades locales como único mecanismo para ser
capaces de digerir el colosal el flujo de información cultural que circula por
las redes.
El sentirse
parte de una colectividad, grupo o familia, permea espacios y facilita la
legitimación del otro en sus raíces y orígenes. Reconocer a la cultura nacional
como un tejido vivo, en permanente evolución, en el cual convergen variedad de
legados culturales construyendo un todo identitario de incalculable riqueza,
nos planta como seres humanos abiertos en la comprensión de que no somos, ni
estamos solos. Lo que somos hoy hunde sus raíces profundamente en el pasado, de
ahí la necesidad de dirigir la mirada hacia los orígenes en busca de las claves
que nos permitan entender el hoy y articular un proyecto de país hacia el
futuro.
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